Aquel
año era año de elecciones planetarias y la polémica se sirvió tarde y fría. En
concreto, a unos -220ºC: Neptuno decidió en un referéndum nuclear no vinculante
su independencia del Sistema Solar. Casi cualquier habitante de aquí a
Andrómeda sabía de la importancia de Saturno para el comercio exterior, la
riqueza mineral de su centro o sus reservas de gas amoníaco. El Presidente
neptunés adujo su notable diferencia física, un sentimiento de menosprecio con
respecto a otros astros. Muy pronto Júpiter mostró su disconformidad. A este le
siguieron Marte, Urano y La Tierra por razones que no recuerdo bien. Todos
enviaron algunas naves que repostaban en Caronte. Las malas lenguas dicen que cometieron
algunos abusos en Plutón y economía oscura en el Cinturón de Kuiper. Yo sólo
pensaba qué sería de mis amigos.
Fue el mismo lustro que vi por primera vez el cometa
Halley. Luego lo he visto varias veces más, pero un evento como ese no se olvida.
Yo iba a la UPAS, la Universidad Polimórfica de los Anillos de Saturno. Fue una
noche larga, cálida, que si no me falla la memoria duró 4 eones. Allí pasaba,
lenta, minuciosa, mínimamente el cometa y su larga cola de hielo, como tocando cada quásar en una travesía de
faros que sólo él conocía. Me pareció envidiarlo. Su soledad sempiterna,
visitando de tanto en tanto la vida, como una carta antigua.
Era
fines de estío para la mayoría de planetas. Como buen joven de mi constelación,
fui al Festival Intergaláctico de Música Centrípeta. Allí la conocí. Antenas
rojas y cortas, ojos muy oscuros, dos bocas eternamente paralelas y de
complexión delgada para lo que el trópico indica de las neptunesas. Se llamaba
Tah'N'Nya.
Bastará
decir que aunque nuestros satélites distaban unos pocos cientos de años/luz, no
hubo banda que no oliéramos juntos ni noche que no durmiéramos solos en lo que
duró el festival. Ni siquiera aquella de las Pléyades ni la siguiente, la del
primer beso, en sus labios diestros, cuando la famosa supernova dentro de la
Nebulosa del Águila.
No
la volví a ver hasta esta tarde, tantos siglos después, cuando la han
desconectado. Su hermano me ha contado cómo fue. Resultó que un mal golpe de luz
en una de las cargas de la policía espacial por la prohibición del referéndum
le provocó un centesimal agujero negro que la dejó sin recuerdo alguno. Como si
toda su vida anterior no hubiera sucedido. A veces tengo la sensación de que un
recuerdo puede ser también algo futuro. Ella pensaba igual. Su nota de suicidio
decía que empezar de cero es más difícil que dar por terminado. En el hecho de que la
rescataran en ese estado antes de su muerte casi veo a algún Dios, no ya por
darme la oportunidad de despedirme, sino porque le había hablado a sus
allegados tanto como yo hablé de ella a los míos.
Pero
no lo vi. Su adiós, más que el resto, poseía algo de antimateria. El vacío se comprende mejor sin ecos. Mientras
venía a casa he parado mi binave en Hidra, para tener una buena perspectiva del Sistema Solar. Allí he mirado Neptuno y cómo todo
aquello no sirvió para nada. He mirado por si aparecía el cometa Halley, pero
hay momentos para admirar la belleza y momentos para recordarla. Antes de irme,
en el suelo, he encontrado un átomo de los restos de la supernova en la
Nebulosa del Águila. Y lo he comprendido perfectamente. Somos polvo de estrellas.
Mucho, mucho polvo.
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