miércoles, 21 de marzo de 2018

Polvo de estrellas


Aquel año era año de elecciones planetarias y la polémica se sirvió tarde y fría. En concreto, a unos -220ºC: Neptuno decidió en un referéndum nuclear no vinculante su independencia del Sistema Solar. Casi cualquier habitante de aquí a Andrómeda sabía de la importancia de Saturno para el comercio exterior, la riqueza mineral de su centro o sus reservas de gas amoníaco. El Presidente neptunés adujo su notable diferencia física, un sentimiento de menosprecio con respecto a otros astros. Muy pronto Júpiter mostró su disconformidad. A este le siguieron Marte, Urano y La Tierra por razones que no recuerdo bien. Todos enviaron algunas naves que repostaban en Caronte. Las malas lenguas dicen que cometieron algunos abusos en Plutón y economía oscura en el Cinturón de Kuiper. Yo sólo pensaba qué sería de mis amigos.

Fue el mismo lustro que vi por primera vez el cometa Halley. Luego lo he visto varias veces más, pero un evento como ese no se olvida. Yo iba a la UPAS, la Universidad Polimórfica de los Anillos de Saturno. Fue una noche larga, cálida, que si no me falla la memoria duró 4 eones. Allí pasaba, lenta, minuciosa, mínimamente el cometa y su larga cola de hielo, como tocando cada quásar en una travesía de faros que sólo él conocía. Me pareció envidiarlo. Su soledad sempiterna, visitando de tanto en tanto la vida, como una carta antigua.

Era fines de estío para la mayoría de planetas. Como buen joven de mi constelación, fui al Festival Intergaláctico de Música Centrípeta. Allí la conocí. Antenas rojas y cortas, ojos muy oscuros, dos bocas eternamente paralelas y de complexión delgada para lo que el trópico indica de las neptunesas. Se llamaba Tah'N'Nya.

Bastará decir que aunque nuestros satélites distaban unos pocos cientos de años/luz, no hubo banda que no oliéramos juntos ni noche que no durmiéramos solos en lo que duró el festival. Ni siquiera aquella de las Pléyades ni la siguiente, la del primer beso, en sus labios diestros, cuando la famosa supernova dentro de la Nebulosa del Águila.

No la volví a ver hasta esta tarde, tantos siglos después, cuando la han desconectado. Su hermano me ha contado cómo fue. Resultó que un mal golpe de luz en una de las cargas de la policía espacial por la prohibición del referéndum le provocó un centesimal agujero negro que la dejó sin recuerdo alguno. Como si toda su vida anterior no hubiera sucedido. A veces tengo la sensación de que un recuerdo puede ser también algo futuro. Ella pensaba igual. Su nota de suicidio decía que empezar de cero es más difícil que dar por terminado. En el hecho de que la rescataran en ese estado antes de su muerte casi veo a algún Dios, no ya por darme la oportunidad de despedirme, sino porque le había hablado a sus allegados tanto como yo hablé de ella a los míos.

Pero no lo vi. Su adiós, más que el resto, poseía algo de antimateria. El vacío se comprende mejor sin ecos. Mientras venía a casa he parado mi binave en Hidra, para tener una buena perspectiva del Sistema Solar. Allí he mirado Neptuno y cómo todo aquello no sirvió para nada. He mirado por si aparecía el cometa Halley, pero hay momentos para admirar la belleza y momentos para recordarla. Antes de irme, en el suelo, he encontrado un átomo de los restos de la supernova en la Nebulosa del Águila. Y lo he comprendido perfectamente. Somos polvo de estrellas. Mucho, mucho polvo.

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