lunes, 12 de junio de 2017

Neftalí

Un extraño jazz te seduce el pulso. Respirando, compruebas que la vida toma algo de ti que llevas dentro, un bosque silencioso, una nueva mancha del tiempo. Nadie más que unos gatos han sabido mirarte dentro de los ojos, nadie más que el ímpetu sabe de tu templanza, sólo a algunos locos les interesa lo que enuncias. Has conquistado otra cima de la nada.

Compara este mundo al que te propusiste: es lánguido, es ameno, tiene cobre y espanto, azúcar y semillas. Lo que era potestad del viento ahora es un orgullo al que te asomas. Y si hubieras saltado habrías amerizado en el centro de las dudas. Cualquier incertidumbre hubiera sido despojada del verso. Y otras noches el reptil inoportuno del deseo. Y otras madrugadas, una larga anfetamina de evocarte siendo tú mismo, donde la clorofila de una caricia te apegaba al presente, donde tenías en común con el sur su conducta de espuma, cuando era posible tutear a los dioses.

La fiebre. Ese faro renacido de la infancia. La misma manzana mordida una segunda vez. La perversión de apasionarte con aquello que te da la espalda, la redención buscada en pentagramas sin órbita ni réplica. Y quisiste reunir en una sombra el epitafio de todos los nombres.

Ya nada pesa tanto como seguir caminando. Has dicho adiós dejando mil residencias -para otros con relojes más certeros-, te has vendido al mal comunismo de los besos -cada uno mirando por sus labios-. No eres más salvaje por necesitar otro imposible. Ni más cruel por no desentrañar las formas de las nubes. Sólo has hecho de la soledad un idioma púrpura, un desengaño con la miel de otros siglos, un amar muy lento.

Porque el amor ha resultado ser lo que Neruda no te contó.

Y te has despedido ya de tantos futuros...


No hay comentarios:

Publicar un comentario